Se paró a examinar más detenidamente aquel estudio que a duras penas acertaba a llamar suyo. Hacía mucho que no escribía absolutamente nada. Las desangeladas paredes pedían a gritos una mínima decoración de cualquier tipo. Su color blanco grisáceo, combinado con su propia piel cetrina, confería a la escena un aspecto abandonado y melancólico.
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