Las hojas de los árboles cayendo, ya había llegado el
otoño. Pero, ¿cuándo había ocurrido aquello? El verano había pasado como siempre desde hace tanto. O mejor dicho, no había pasado. Nada. Pensar en ella, "reflexionar", todas esas cartas a Roma. Neil cerró la puerta de golpe, como tantas otras veces. Su piel, nunca especialmente bronceada, se adivinaba blanquecina, vagamente percibida en la oscuridad del habitáculo. Su torso, antaño torneado, se hallaba flácido y poco definido. Los ojos azules desteñidos, consecuencia sin duda de las noches en vela. Miró a su alrededor. Manuscritos
desparramados por doquier, manchas de tinta en almohada y sábanas. ¿Cuánto tiempo hacía que no comía otra cosa que los guisos que de vez en cuando, apiadada, le subía la vecina del segundo?Dirigió la vista a las tazas sucias de café negro, a las quemaduras de cigarrillos en las paredes. A las pilas de libros sin abrir, las plumas secas, las cajas de la mudanza. El revoltijo de sellos, folios arrugados de intentos fallidos de transformar su desazón en retazos de vida, pronto fatídicamente abandonados. Calzoncillos sucios. Sombras
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