domingo, 27 de noviembre de 2011

Diecisiete años, y que sea graciosa.

Siempre he creído estúpido siquiera pensar en no estar a la altura. Que la altura la pones tú y la alcanzas tú, luchando por tus ambiciones. Habría dicho.
¿Y qué si no es tan fácil? ¿Qué pasa entonces? Cuando dudas si podrás llegar, aunque lo intentes, entonces ya pierdes. Sí, amigo, ya has perdido. Ya hemos perdido. El juego no es tan divertido, ni tan largo, como para permitirse ñoñerías de domingos por la tarde. Las cosas están para vivirlas; y aquí estamos, con la ficha roja en la casilla número tres. Lo que siempre has querido hacer aparece, el irrefrenable miedo a no llegar al recuadro final le acompaña. Lo que no requiere de talento, va de tener suerte; y tanto lo uno como lo otro nunca habían originado tantos sobresaltos.
Admítelo, jamás has sido de las que encuentran monedas de un céntimo en el suelo de la discoteca. La inspiración te abandona frecuentemente, dejándote a solas con tu indiferencia; esos días la hecatombe es inminente. Deseas ser Carrie Bradshaw, y no te conformas con ser la leonesa de Valladolid que solía sentarse con su abuelo a contar las estrellas en las noches de verano. Sin embargo, sonríes al recordarlo; claro que sonríes.





Y odio ponerme transcendental y odio tener mucho que hacer y no hacer nada, pero puede que de vez en cuando necesite un insospechado momento de melancolía, o una taza de café solo.

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