Trato de sentir, pero ya no puedo. Y no
me sale nada propio. Tarde, todo tarde. Tarde fue cuando me di cuenta
de que sí me gustaba esa canción que juré y perjuré odiar. Tarde,
demasiado tarde, supe que la indiferencia no me llevaría a ningua
parte. Que el cinismo con pinta de sabiduría era irreflexivo y, una
vez aparecía, como el océano. No tenía fin. Decidir expulsar de tu
vida los bocadillos de Nocilla de los viernes por la tarde, y todo lo
que te aportase un poco de azúcar, no era la mejor alternativa a la
sobredosis de recuerdos. Las pequeñas raciones también existen,
¿sabes?, pero yo siempre he sido de extremos. Ese todo o nada sabía
a lunes, de diciembre para más señas. Y a viernes, y a sábado en
el cuarto de la luz. A abrigos de pelo de conejo. Si me apuras, un
regusto a exceso de equipaje sí que había. También, un tícket de
bus.A cosas que te encantan. A aficiones indiscretas. Algo
encuentras, si te esfuerzas. Harta de blues, un pedacito de pequeño
rock n'roll y luces de Navidad.
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