lunes, 19 de diciembre de 2011

Hakuna Matata, Bitch.


Trato de sentir, pero ya no puedo. Y no me sale nada propio. Tarde, todo tarde. Tarde fue cuando me di cuenta de que sí me gustaba esa canción que juré y perjuré odiar. Tarde, demasiado tarde, supe que la indiferencia no me llevaría a ningua parte. Que el cinismo con pinta de sabiduría era irreflexivo y, una vez aparecía, como el océano. No tenía fin. Decidir expulsar de tu vida los bocadillos de Nocilla de los viernes por la tarde, y todo lo que te aportase un poco de azúcar, no era la mejor alternativa a la sobredosis de recuerdos. Las pequeñas raciones también existen, ¿sabes?, pero yo siempre he sido de extremos. Ese todo o nada sabía a lunes, de diciembre para más señas. Y a viernes, y a sábado en el cuarto de la luz. A abrigos de pelo de conejo. Si me apuras, un regusto a exceso de equipaje sí que había. También, un tícket de bus.A cosas que te encantan. A aficiones indiscretas. Algo encuentras, si te esfuerzas. Harta de blues, un pedacito de pequeño rock n'roll y luces de Navidad.


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